Articulo que fue publicado en la última revista de diseño de interior, por el director de la misma, queremos que viertan su opinión sobre el tema, esto puntúa en la nota del trimestre.
CRISIS. PARA ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON LOS CENIZOS.
Estamos en crisis, ya les supongo enterados. Cada dato nuevo que los medios aportan día tras día viene envuelto en ecos agoreros que pueden resumirse en la frase “lo peor está por llegar”. Lúgubre pronóstico que, por supuesto, nunca viene acompañado de lo necesario para sacarlo del pozo negro de la superchería, es decir, de la respuesta precisa y convincente a la pregunta “¿Y tú cómo lo sabes, capullo?”. Si el profeta de catástrofes no es capaz de dar respuesta satisfactoria incluso sin que se le haga la pregunta expresamente, no hay duda: estamos ante un cenizo. Una especie pintoresca que en tiempos de crisis se vuelve letal, porque lo que sí conocemos sin ningún género de duda es la capacidad multiplicadora, infecciosa, de las previsiones agoreras: crisis significa, fundamentalmente, quiebra de la confianza. Conocer los datos negativos es imprescindible, ponerles banda sonora de película de terror es jugar a las profecías autocumplidas, cavar en un hoyo del que quieres salir. Retorcerle el cuello a los cenizos es la primera medida imprescindible de cualquier manual anticrisis. Ayuda considerablemente a tomar la segunda: pensar sin la tenaza del pánico.
El pasado mes de agosto, la revista británica Icon publicaba un artículo provocador y divertido titulado Por qué el diseño necesita una recesión. Su conclusión básica es que la abundancia fomenta la idea de que nuestras necesidades están ya resueltas, de modo que los diseñadores dejan de pensar “en lo que la gente podría necesitar” para centrarse en satisfacer “nuestro insaciable apetito de novedad”. El valor depurativo de las crisis, un diagnóstico interesante pero resbaladizo. “Necesidad” y “función” son términos tan sobados como confusos. Además de respirar y comer con cierta frecuencia, las cosas estrictamente necesarias son muy pocas, y el mundo está lleno de objetos y edificios concebidos bajo estricta ortodoxia funcional que nadie sabe o quiere usar. Las necesidades son contextuales y la utilidad también, y una de las misiones clave del diseño es hacer los ajustes entre ellas y el contexto. A cuenta de la crisis y con el cuento de la contención me temo que nos acecha una ola de diseño seco, aburrido, penitencial.
Las crisis ponen la imaginación bajo sospecha cuando simplemente debieran ponerla a prueba: la imaginación siempre es anticíclica, y con el agua sucia del ansia de novedad es fácil que se vaya por el desagüe la innovación. Expandirse cuando todo el mundo se contrae implica ciertos riesgos, aunque con frecuencia es una buena idea; al menos nos acerca al borde del hoyo en lugar de seguir cavando. Otras veces, en cambio, conviene cabalgar inteligentemente la onda restrictiva si ésta va en la buena dirección. El artículo de Icon habla de la “Design week manía” que no ha dejado de proliferar en los últimos años. “En una recesión –dicen–, estos lugares [las ciudades que no cesan de inventarse nuevas design weeks] tendrían que construir una escena propia del diseño en lugar de traer a los sospechosos habituales para hacerse la foto”.
Sí, la crisis es una gran oportunidad para que a las estrellas se les exija algo más que repetirse a sí mismas hasta la náusea (y quizá de descubrir que alguna de ellas ya no sepa hacer otra cosa). También lo es para construir menos, que no es lo mismo que hacer menos arquitectura. La crisis es una gran baza para el interiorismo: que un espacio que ya está ahí –es decir, que ya fue construido– se convierta en otra cosa o se desdoble en más espacios posibles o se transforme eventualmente para un uso que tiene fecha de caducidad es un fabuloso instrumento de adaptación a la realidad. Y eso son las crisis, reconocer la realidad con audacia y sentido común. Adelgazar, pero no arrugarse.
José María Faerna, director
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